- Quiénes Somos
- Artes Visuales
- Artes Escénicas
- Literatura
-
Secciones
- Cultura vive
- De Propia Vox
- Inusitado fulgor
- Inusitado fulgor: Reseñas
- Directorio cultural
- Barrockeando
- Barranco en Agenda CIX
- Voluntariado en accion
- Agenda CIX: COVID-19
- COVID-19: Demos voz a la esperanza
- #COVIDー19: Eventos
- Testimonios en tiempos del coronavirus
- Trazos en cuarentena
- COVID-19: Múltiples rostros de la incertidumbre >
- COVID-19: Lente en aislamiento
- Silencio Punto Tú
- El PPED está contigo
- Agenda CIX: Elecciones 2018
-
Columnas
- Cultura digital
- Biblioteca digital
- Directorio Digital
- Jota en la palabra
- Los pies entre el cielo y la tierra
- Sublime creatura
- Camara lucida
- Ojos de lagarto
- Enfermedad violeta
- Santo veneno
- De cómo hacer visible lo invisible. Apuntes sobre el teatro
- Tierra de ciegos >
- Linea once
- Mira que bonito
- Fuera de contexto
- Un cronopio me conto
- Todo es ilustrable
- Contacto
El mito y la política, a propósito del libro El mito del Estado de Ernst Cassirer
Por: Fernando Odiaga
Existe la preponderancia de una forma de pensamiento tradicional entre nosotros que hunde sus raíces en el pasado de todas las culturas que conviven en nuestro querido Perú. Esta forma de pensamiento ha sido llamada por algunos, pensamiento mítico o si se quiere mágico religioso, no es mi deseo entrar en distinciones aunque aclararían mucho el panorama. Entre los que han estudiado el pensamiento mítico, Ernst Cassirer, en su libro El mito del Estado, aplica el análisis de las formas simbólicas al estudio del mito, pasando a diferenciarlo claramente del pensamiento racional, propio de los ámbitos de la ciencia y la técnica.
Esta diferencia con el pensamiento racional hace del mito un poder social peligroso, porque es usado de manera permanente por quienes carecen justamente de racionalidad para construir una cultura y una comunidad política auténticas.
Podemos decir que los métodos políticos de solucionar problemas difieren bastante de los que aplica la ciencia o la técnica. Los testimonios históricos demuestran como el totalitarismo en sus tres vertientes (nazi, fascista y burocrático-socialista), han apelado a las emociones más primarias del ser humano: el miedo, el odio, la expectativa, el patriotismo. Lo han hecho a través de propaganda y violencia, en forma básica, pero también con la manipulación del mito.
Para Cassirer, el hombre moderno en su vida práctica y social, olvida lo que ha aprendido en el desarrollo de su vida intelectual hasta el punto de involucrar una condición más primitiva y rudimentaria de la cultura.
El mito aparece entre nosotros, redescubierto entre la pluralidad de las tradiciones y culturas mundiales, de la mano de los poetas y filósofos románticos. Desde entonces, el mito ha sido enfocado cómo una cuestión enigmática, irracional, fabulosa, a la que se tenía que estudiar científicamente. Cassirer comenta ampliamente esta corriente, describiéndola desde Muller, Frazer, Tylor y Freud; este último sería el que más se acercaría a dar cuenta de la verdadera esencia del mito, al proporcionar el marco teórico de lo inconsciente y hallando la relación entre el mito y las emociones humanas de la manera más cabal posible.
Cassirer dice que el mito es la más inconsistente e incoherente de la cosas humanas. Es cierto, que al igual que la razón, el mito es un intento de hallar la unidad de lo diverso. Pero, además, el mito aparece a partir de una doble fuente: de una actividad intelectual del ser humano, a la vez que de sus más profundas emociones, piénsese como dijimos antes, en el patriotismo, el odio, la venganza, el rencor, el miedo, la envidia, las expectativas.
Añade, que el mito no es, por esto, como puede creerse algo emocional, es la expresión de una dinámica emocional. No es lo mismo una emoción que la expresión de una emoción. El mito es la emoción, convertida en representación de sí misma.
Esta diferencia con el pensamiento racional hace del mito un poder social peligroso, porque es usado de manera permanente por quienes carecen justamente de racionalidad para construir una cultura y una comunidad política auténticas.
Podemos decir que los métodos políticos de solucionar problemas difieren bastante de los que aplica la ciencia o la técnica. Los testimonios históricos demuestran como el totalitarismo en sus tres vertientes (nazi, fascista y burocrático-socialista), han apelado a las emociones más primarias del ser humano: el miedo, el odio, la expectativa, el patriotismo. Lo han hecho a través de propaganda y violencia, en forma básica, pero también con la manipulación del mito.
Para Cassirer, el hombre moderno en su vida práctica y social, olvida lo que ha aprendido en el desarrollo de su vida intelectual hasta el punto de involucrar una condición más primitiva y rudimentaria de la cultura.
El mito aparece entre nosotros, redescubierto entre la pluralidad de las tradiciones y culturas mundiales, de la mano de los poetas y filósofos románticos. Desde entonces, el mito ha sido enfocado cómo una cuestión enigmática, irracional, fabulosa, a la que se tenía que estudiar científicamente. Cassirer comenta ampliamente esta corriente, describiéndola desde Muller, Frazer, Tylor y Freud; este último sería el que más se acercaría a dar cuenta de la verdadera esencia del mito, al proporcionar el marco teórico de lo inconsciente y hallando la relación entre el mito y las emociones humanas de la manera más cabal posible.
Cassirer dice que el mito es la más inconsistente e incoherente de la cosas humanas. Es cierto, que al igual que la razón, el mito es un intento de hallar la unidad de lo diverso. Pero, además, el mito aparece a partir de una doble fuente: de una actividad intelectual del ser humano, a la vez que de sus más profundas emociones, piénsese como dijimos antes, en el patriotismo, el odio, la venganza, el rencor, el miedo, la envidia, las expectativas.
Añade, que el mito no es, por esto, como puede creerse algo emocional, es la expresión de una dinámica emocional. No es lo mismo una emoción que la expresión de una emoción. El mito es la emoción, convertida en representación de sí misma.
Cassirer pasa a distinguir dos tipos de expresión: la física y la simbólica, basándose en hechos comparativos, como los establecidos por Charles Darwin cuando observó la expresión de las emociones en los hombres y los animales. Por esta vía, Cassirer llega a afirmar que aquello que distingue a las expresiones de seres humanos y animales es que los primeros reaccionan con expresiones de un carácter simbólico. La expresión simbólica es el común denominador de todas sus actividades culturales: mito, poesía, arte, lenguaje, ciencia y religión.
Todas estas manifestaciones culturales tienen como función primordial objetivar el mundo empírico, hacer prevalecer una realidad objetiva, la existencia de un mundo de objetos.
Pero el mito, está lejos de ser algo objetivo, es profundamente fantástico y contradictorio con la realidad empírica. Sin embargo, tiene, al menos, un aspecto objetivo y una función objetiva. El simbolismo mítico conduce a una objetivación de nuestros sentimientos y emociones.
Al expresar estos sentimientos y emociones se produce una descarga nerviosa. El mito y toda expresión similar, cumplirían la función de calmante o enervante emocional. El mito, transforma los sentimientos simbolizados en actos simbólicos y en obras. Para Cassirer estas obras son permanentes y duraderas.
Dice Cassirer:
“En el pensamiento y la imaginación míticos no encontramos confesiones individuales (como sería en el caso de la poesía). El mito es una objetivación de la experiencia social del hombre, no de su experiencia individual.”
“El mito está lleno de las más violentas emociones y de las visiones más espantosas. Pero en el mito, el hombre empieza a aprender un arte nuevo y extraño: el arte de expresar, lo cual significa organizar sus instintos más hondamente arraigados, sus esperanzas y temores.”
Entre los problemas que más trastornan a los seres humanos, está el problema de la muerte y en este terreno, el mito muestra su eficacia al brindar un sentido a la vida y a la muerte, brindando la transformación del temor a morir en serenidad liberadora.
Las ideologías políticas en boga desde el siglo XX, por todos los lugares del mundo, están envueltas en mayor o menor grado con mitos sobre las personalidades de la clase política y sobre las mismas ideas acerca de la democracia y la gobernabilidad, construyen una historia oficial con retazos de mitología y el imaginario colectivo está impregnado de emociones que son fácilmente puestas en dinámicas políticas, con el fin de actuar directamente sobre los ciudadanos y orientar sus preferencias políticas. Un caso de mito, es la figura de Alberto Fujimori y cualquier personaje similar, que en vida se convierten para algunos en santos, para otros en demonios. En ambos casos no se está contemplando el problema de una manera racional sino emocional. Otro mito político es sin duda la figura del Che Guevara, un icono que puede movilizar a los simpatizantes de izquierda logrando en primer lugar que se reconozcan mutuamente. Cómo ve Donald Trump a los inmigrantes, nos dice mucho de cómo una construcción sin bases racionales, impone o representa la percepción distorsionada y el odio de quienes creen que los inmigrantes les quitan su país. El mismo Trump es el arquetipo de toda la suciedad que para muchos representa la clase empresarial capitalista y nacionalista norteamericana. Estos son solamente algunos ejemplos. ¿Hay otra manera de hacer política que no sea apelando a la emocionalidad de las masas, a medias verdades, a mentiras piadosas, a cuentos de hadas, a leyendas negras? Lo que se impone, desde ya, es plantarnos frente al pensamiento mítico, con las armas de la historia y de la razón cuando se trata de juzgar el pasado y planear nuestro futuro, presentando una dura batalla contra las formas actuales de pensamiento mítico aplicado a la política, de propaganda subliminal y descarada, de construcción de falsos héroes y terribles villanos, sobre todo despersonalizar nuestro quehacer político al punto que hablemos el lenguaje del interés común y la verdad, discutiendo sobre ideas, no sobre caudillos que siempre son los mismos.
El mito y la política, a propósito del libro El mito del Estado de Ernst Cassirer por Fernando Odiaga fue publicado en Agenda CIX el 19 de noviembre de 2016.
Todas estas manifestaciones culturales tienen como función primordial objetivar el mundo empírico, hacer prevalecer una realidad objetiva, la existencia de un mundo de objetos.
Pero el mito, está lejos de ser algo objetivo, es profundamente fantástico y contradictorio con la realidad empírica. Sin embargo, tiene, al menos, un aspecto objetivo y una función objetiva. El simbolismo mítico conduce a una objetivación de nuestros sentimientos y emociones.
Al expresar estos sentimientos y emociones se produce una descarga nerviosa. El mito y toda expresión similar, cumplirían la función de calmante o enervante emocional. El mito, transforma los sentimientos simbolizados en actos simbólicos y en obras. Para Cassirer estas obras son permanentes y duraderas.
Dice Cassirer:
“En el pensamiento y la imaginación míticos no encontramos confesiones individuales (como sería en el caso de la poesía). El mito es una objetivación de la experiencia social del hombre, no de su experiencia individual.”
“El mito está lleno de las más violentas emociones y de las visiones más espantosas. Pero en el mito, el hombre empieza a aprender un arte nuevo y extraño: el arte de expresar, lo cual significa organizar sus instintos más hondamente arraigados, sus esperanzas y temores.”
Entre los problemas que más trastornan a los seres humanos, está el problema de la muerte y en este terreno, el mito muestra su eficacia al brindar un sentido a la vida y a la muerte, brindando la transformación del temor a morir en serenidad liberadora.
Las ideologías políticas en boga desde el siglo XX, por todos los lugares del mundo, están envueltas en mayor o menor grado con mitos sobre las personalidades de la clase política y sobre las mismas ideas acerca de la democracia y la gobernabilidad, construyen una historia oficial con retazos de mitología y el imaginario colectivo está impregnado de emociones que son fácilmente puestas en dinámicas políticas, con el fin de actuar directamente sobre los ciudadanos y orientar sus preferencias políticas. Un caso de mito, es la figura de Alberto Fujimori y cualquier personaje similar, que en vida se convierten para algunos en santos, para otros en demonios. En ambos casos no se está contemplando el problema de una manera racional sino emocional. Otro mito político es sin duda la figura del Che Guevara, un icono que puede movilizar a los simpatizantes de izquierda logrando en primer lugar que se reconozcan mutuamente. Cómo ve Donald Trump a los inmigrantes, nos dice mucho de cómo una construcción sin bases racionales, impone o representa la percepción distorsionada y el odio de quienes creen que los inmigrantes les quitan su país. El mismo Trump es el arquetipo de toda la suciedad que para muchos representa la clase empresarial capitalista y nacionalista norteamericana. Estos son solamente algunos ejemplos. ¿Hay otra manera de hacer política que no sea apelando a la emocionalidad de las masas, a medias verdades, a mentiras piadosas, a cuentos de hadas, a leyendas negras? Lo que se impone, desde ya, es plantarnos frente al pensamiento mítico, con las armas de la historia y de la razón cuando se trata de juzgar el pasado y planear nuestro futuro, presentando una dura batalla contra las formas actuales de pensamiento mítico aplicado a la política, de propaganda subliminal y descarada, de construcción de falsos héroes y terribles villanos, sobre todo despersonalizar nuestro quehacer político al punto que hablemos el lenguaje del interés común y la verdad, discutiendo sobre ideas, no sobre caudillos que siempre son los mismos.
El mito y la política, a propósito del libro El mito del Estado de Ernst Cassirer por Fernando Odiaga fue publicado en Agenda CIX el 19 de noviembre de 2016.